dilluns, 24 de maig del 2010

Los Tenebrosos


Text: Alain Laiseka

SELLES-SUR-CHER. A la hora en la que en Francia la calle la gobiernan las golondrinas y su trasiego, cualquier día a partir de las siete, un fiestón continuo, Gonzalo Melero, el sobrino biznieto de El Cojo, recuerda su idea inicial. "Yo lo que quería era hacer el viaje vestidos con una réplica del maillot de la Federación Atlética Vizcaina con el que salió Vicente de París en el Tour de 1910. Y en la espalda, el dorsal 55 y la inscripción de Issolé. Pero… No ha podido ser". Los issolé eran los ciclistas que corrían sin equipo, los chavales valientes que describía el periodista de Le Petit Parisien Albert Londres, aquellos que no tenían tripas pero que hacían de tripas corazón, chicos que corrían sin nada, sin compañeros, sin entrenador, sin comida, que lloraban como niños en meta tras gastar el día pedaleando contra el cierre de control y llegar en plena oscuridad para estampar su firma de sudor y sangre en el papel de los implacables jueces, seres sin alma que se divertían robándolas. Por eso, en los primeros Tours, a esos ciclistas les llamaban Los Tenebrosos. Eran los hombres de la noche.

Como nosotros. Porque no hay manera de llegar a la autocaravana que custodia Bruno antes de que anochezca. Si no es por el kilometraje excesivo de algún día, es porque el GPS se vuelve loco, o porque nos ponemos a sacar postales en los campos rebosantes de flores, o porque… Ayer también. De noche a Selles-Sur-Cher. Sin luz. Tenebrosos.

He de admitir que la culpa fue mía. Me falló la mecánica porque el tío enano que la víspera estaba con un martillo colgando cuadros en las paredes de mi rodilla se radicalizó y cambió el arcaico golpe en seco por un taladro. Aquello dolía como el demonio. Así que en el segundo repecho -en el primero tiré de clase, de clase obrera, sudor y lágrimas- del cuarto día, apenas 5 kilómetros, 247 por delante, era un gusano.

Quiero decir que me arrastraba. Imposible seguir así. ¿Qué hacían los valientes ciclistas que escribieron las primeras páginas de la historia de este bello deporte cuando algo así les ocurría? Ni idea, pero yo me he parado en un pueblo, he parado a una señora que venía del mercado con la bolsa de la compra y le he preguntado: "¿La farmací?". Todo recto y a la izquierda. Pues arrea.

MALDITO TALADRO Algo para el dolor en las articulaciones de la rodilla, de las dos rodillas. Y que sea fuerte. Ahora, eso hay que explicárselo a la farmacéutica, que me mira como las vacas al tren cuando entro, le digo algo que ni yo comprendo y le señalo la fuente del dolor. Silencio. La chica me olvida y prefiere prestar atención a Dani y Óscar, francoparlantes, o eso creo porque la gente les entiende. Le explican. Bien. Ya sonrío. Te vas a meter el taladro… Espera, espera. Algo no marcha porque sobre el cristal del mostrador está a punto de caer una caja de Nurofén. ¿Cómo? No, no. Piu forte que con eso ni siquiera distraigo al tipo del taladro. ¿Que no puede ser? ¿Que hace falta la preinscripción de un médico? Dani los explica: Bilbao-París, tropecientos kilómetros, el homenaje… Haga una excepción, mujer. La chica me mira de nuevo de arriba abajo -yo sigo señalando la rodilla por si acaso no ha quedado claro- y finalmente dice "trevian". Que sí, vamos. Debo de tener una pinta de poeta arruinado terrible.

Las pastillas me han calmado el dolor. Al menos he dejado de ser un gusano. Aunque sigo arrastrado y la mañana la cruzo a rueda de Dani, Óscar y Gonzalo, que son bestias. Así que el viento ni me roza. 130 kilómetros preciosos, por el paisaje, por los rincones medievales, los molinos con sus ruedas, los castillos y los palacios. "Es la etapa más bonita", coinciden todos. También la más corta, porque por culpa del tipo del taladro que nos ha retrasado la hemos mutilado. En lugar de 252, fueron 140, que luego iban a ser 160 y acabaron siendo 190. Es igual, llegamos de noche, como todos los días. Como aquellos ciclistas. Como Los Tenebrosos.

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