

Text: Alain Laiseka
BILBAO. Yo tenía pensado narrarles el primer día de la travesía hacia París en el homenaje a El Cojo, como aquel trovador ironizaba, con palabras bonitas, en tonos menores. Miren, iba a descubrir el telón en la mañana de Bilbao, que entonces no olía a nada. A lunes. Insípido lunes de rostros plomizos, de tedio y gente de cascos humeantes y el humor tenebroso de los infelices. Y en esto que en las escaleras del Ayuntamiento se ha abierto un claro de luz. Un latido de irrefrenable sentimentalismo. El sobrino de Vicente Blanco, Jesús, 90 años, los ojos humedecidos cuando su nieto, Gonzalo Melero, ha desplegado la pancarta de inicio de la aventura. Y Jesús desbordado. Sólo dos palabras dijo, pero 20 veces: "Muchas gracias". Para qué más. Así partimos. Acongojados.
Les iba a contar, que un lunes al sol en bicicleta por Lea Artibai es una gozada impagable. Que tú corres por Munitibar, Aulesti, Gizaburuaga, donde huele a hierba fresca, a flores, y el alma se te ensancha. Que luego de un pedaleo celestial se desembarca en Lekeitio y aquello es el súmmum, porque el límite raya la mirada, brilla azul el mar, y el olfato se inyecta de salitre, un atracón que coloca, que embriaga, que maravilla. Y esa sensación perdura hasta Orio. 120 kilómetros, más o menos.
En el pueblo amarillo, les quería explicar, los pescados se asan a la vista de los hambrientos. Yo mismo. En el borde del desfallecimiento por inanición, barrenado el estómago. Y he pensado: ¿los ciclistas del Tour de antaño no entraban en los garitos, arramplaban con lo que pillaban y luego huían? El besugo y el rodaballo no eran para mi paladar, y, en su lugar, me he metido al cuerpo un batido energético de chocolate, espirales con aceite y orégano y arroz. "Hidratos, hidratos", dice Dani, preparador físico. Aunque el besuguito aquel… Bueno, ya pasó.
Les iba a descubrir la diferencia sideral entre ver, por ejemplo, una etapa en la tele o a pie de cuneta. Porque Óscar se ha empecinado en subir por la tarde Jaizkibel antes de llegar a Iparralde. Tenía fijación el chico. Y ahí que hemos ido. Resulta que en el rodillo de casa, no el clásico de tres rodillos, sino uno de esos tecnológico, tiene programada la ascensión. Se conoce cada metro. Pero claro, no es lo mismo. Es como comer un filete de textura de suela de alpargata. Es carne, pero... En un día despejado, desde esa atalaya esplendorosa en la que se otea el mar en una vista privilegiada, Óscar se ha quedado prendado. "Qué bonito", decía mientras tiraba fotos como si hubiese visto a CR9 liado con la Esteban. "Precioso". Todo esto me lo han contado. Yo venía detrás. A mi ritmo. Lento.
Todo eso les iba a contar, pero bien contado. ¿Qué pasó? Pues que hemos entrado en Iparralde, cruzado por entre la belleza de Getaria y Biarritz y entonces, las piernas me han dicho basta, el corazón que ya está bien y los pulmones que abdicaban. La garganta ha cogido vida propia, independiente de mí, y ha soltado: "Un repecho más y me muero". Y no ha sido uno, sino quinientos. Y mientras, la cadena de Óscar temblaba, el pedalier de Dani se salía de su cuenco y la noche caía sin importarle nada de todo esto. Y yo muerto.
Óscar, una bestia de gemelos descomunales, fue más rápido que la noche. Cinco minutos, más o menos. Por mucho menos se gana un Tour. Se acunaba el sol rojizo en el mar cuando alcanzamos el motorhome. Ya está. Sólo queda contarlo, aunque rápido, de esta manera. Comprendan. Me duelen hasta los ojos. Si hasta me he alegrado de que tener un portátil de estos pequeñitos, con las letras tan juntas para que no se me suban las bolas de los dedos. Son las 12 y cierro. Estos ya han cenado, me toca. Pasta, arroz, el batido… Hidratos, hidratos
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