dilluns, 24 de maig del 2010

Perdidos en la noche




Text: Alain Laiseka

BURDEOS. Serían las 20.00 horas. Entonces, no sé si Óscar, no sé si Dani, no sé si Gonzalo, o quizás yo, porque las ideas se me tropiezan, ha dicho: "Vamos a la catedral a hacer una foto chula". Y allá hemos ido. Estábamos en Burdeos, ciudad preciosa al caer la tarde. Un alivio porque la ruta por Las Landas resultó ser un martirio, por tediosa. 185 kilómetros de viento en contra. 185 kilómetros rectos. Entre abetales y la canción de las cigarras. Qué lata. Pero pasó. Llegamos a Burdeos. Y posamos frente a la catedral. "sibluplé madmuasel". Y click. Perfecto. Ya está, al camping, duchita, cena y a la cuna. Así debió haber sido.

Pero no. En las tediosas rectas de Las Landas, Gonzalo ha pensado en voz alta cómo pudo hacer El Cojo para llegar hasta París sin conocer las carreteras ni hablar ni pizca de francés. Preguntando. ¿Cómo si no? Ahora no hace falta. Para eso está el GPS, que desde la catedral indica unos ocho kilómetros hasta el camping. Todo recto para abajo por la Rue Richelieu. Ahí mismo a 50 metros. A 40. 30, 20, 10. A la derecha. ¿Por el muro? Resetea, resetea. Vuelta para atrás. Por dirección prohibida. Por los raíles del tranvía. Venga, por ésta. Todo a la izquierda. Aunque no sea la Richelieu esa. ¿Y el GPS? Espera que está pensando. Y mientras, cae la noche lentamente.

Ya pilla señal. "Para abajo, 900 metros y a la izquierda", indica Óscar, la voz del cacharro. Lo hacemos. Izquierda y todo recto por la orilla del río. Luego a la izquierda de nuevo. Y a la derecha. No, no, esa derecha no. Espera. Se ha ido la señal. Paramos. ¿Coge? Sí. "Aquella derecha. Vamos. Por el borde de la autopista". Ya casi es de noche. "Marca dos kilómetros". Pues venga. Dos más. Total. Me ruge el estómago. ¿Otra barrita? Ya no me entran más. Estoy saturado de cereales, pasas y virutas de chocolate seco. Pasamos por delante de un Buffalo Grill. Un pedazo de carne grasienta y una birrita… Salivo y me retiro las babas. Dos kilómetros y el camping no aparece. En su lugar, un puente, una réplica chica del Golden Gate. El GPS indica para abajo. "Por aquí, a 200 metros". Óscar. Buscamos. La noche es noche. Deambulamos por un barrio casi desierto. Preguntamos a una chica sonriente que nos indica. Para adelante y a la izquierda. Diez metros más allá, un tipo también nos ayuda. Para atrás, a la derecha. Estamos arreglados. El GPS calla.

Hay que cruzar el puente. Volvemos sobre nuestras huellas. Cruzamos. Ni rastro del camping. A preguntar de nuevo. "Monsieur, un camping por aquí -el dedo señala al suelo-". El señor pone cara de extrañeza. "No", dice. Óscar insiste. "Sí, sí, un camping por aquí". Que no. Un chico negro, altísimo, cuadrado, se muestra más comprensivo. Cruza los brazos y piensa. ¿Un camping? "Aquí no, pero sí al otro lado del puente". Vuelta para atrás. El GPS sigue a lo suyo. Ha acabado su jornada.

Ya son más de las diez. ¿Y Bruno? Debe de estar subiéndose por las paredes. Lo correcto sería llamarlo para tranquilizarle y que nos diga cómo llegamos al camping y al motorhome. Bien. ¿Un móvil? Silencio. Seguimos perdidos. E incomunicados. Vuelta atrás por el puente. Ahora con rumbo fijo: al lac de Bourdeaux. Lo ha dicho el chico alto y negro. A ratos no se ve nada, croan las ranas excitadas, canta algún grillo y entre las zarzas algo se mueve cuando pasamos. No pienses.

El lago aparece. ¿Cómo se puede perder algo tan grande? El GPS no reacciona. A preguntar de nuevo. "¿Le camping?". "Goui, goui". Y señala al otro lado. Salvados. Son casi las 23.00. Bruno resopla cuando nos ve llegar. "¿Qué pasó?". Se lo contamos con queso y un vaso de vino de Bourdeux, la ciudad por la que hemos estado deambulando dos horas.

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