dilluns, 24 de maig del 2010

Miedo, ¡quién dijo miedo!



Text: Alain Laiseka
Fotos: Jose Mari Martinez

BILBAO. ¡Qué puñetera es la duda! De veras. ¡Qué puñetera! Asoma ahora, cuando no hay vuelta atrás, cuando ya he posado con el maillot y el culote -Inverse- y las gafas -Adidas- delante del espejo de casa y he comprobado que el negro, que disimula el exceso de equipaje, y quizás por eso, no me sienta del todo mal. Incluso bien, qué carajo. Hasta me he afeitado las piernas. Aparece la puñetera ahora que he avisado en casa de que no estaré en toda la semana, que me voy a París en bicicleta, lo que me ha costado, primero, una explicación concienzuda para evitar cualquier relación entre esa "cosa que se te ha ocurrido ahora" e ir a comprar tabaco, y, segundo, lo que deja en evidencia mi poca capacidad retórica, una cazuela de morros que descansa hermosa en la nevera. Habrán caducado a la vuelta. Espero.

Lo que decía es que cuando he cruzado ya el punto de no retorno -¿no lo hay? ¿De veras?- en la aventura romántica de cubrir el trayecto entre Bilbao y París en bici para homenajear a Vicente Blanco El Cojo cuando se cumple un siglo de su gesta -se fue el deustoarra en aquella época hasta la capital gala para participar en el Tour-, va y me afloran las dudas. Bueno, en realidad, sólo es una: ¿Podré aguantar? Mi hermano, que es tan puñetero o más que las dudas, me ha dicho que eso no es más que miedo. ¿Miedo? ¡Pero qué dice! Si los que hemos nacido en Bilbao no sabemos lo que es eso. ¿Lo tenía El Cojo acaso cuando se retiró en la primera etapa del Tour y se volvió para casa? Pues no, claro que no. Lo que Iurgi, que así se llama mi hermano, quería decir, es que siento respeto. Eso sí. Respeto sí. Pero mucho respeto. Cantidades ingentes de respeto. Montones y montones de respeto. Porque he visto las etapas que ha diseñado Gonzalo Melero, el sobrino biznieto de El Cojo que ha organizado con entusiasmo envidiable todo este tinglau, y me he puesto a temblar. Pero de respeto, ¡eh!

215 kilómetros, 250, 185... Así que para tranquilizarme, decidí llamar el sábado a Óscar y a Dani, amigos de Gonzalo que forman parte de la expedición. Maldita la hora, ja. Resulta que me enteré de que el primero se juntaba "un par de veces al mes" con José Antonio Hermida, el biker de Puigcerdá, entrenando y que el segundo era preparador físico -lo fue de Dani Pedrosa, de Sete Gibernau, de Julián Simón...- practicante, lo que quiere decir que se autoprepara. ¡Qué mie...! Digo ¡qué respeto tan grande!

Y si por teléfono hurgaron aún más en mi intranquilidad, cuando al fin nos hemos conocido, al pie del Palacio Euskalduna donde estaba el Astillero Euskalduna en el que trabajó Vicente Blanco y se quedó cojo de un pie tras un accidente, ha sido peor. Los tres, Gonzalo también, están finos como cuchillos y se les marcan todos los músculos de las piernas no morenas, pero sí tocadas por el sol. Nada que ver con las mías, tan blancas que parezco el representante de leche Ona.

"Mañana mismo -por hoy- habrá que darle leña", ha amenazado Óscar cuando nos hemos juntado para conocernos y meter las cosas, ropa y demás, en el motorhome, un gozada de vehículo que todos soñamos con tener para cumplir los sueños de aventura y libertad. En él dormiremos todos estos días. Lo de darle leña lo ha dicho de vacile. ¿No? Sí, sí, estaba vacilando porque reía mientras lo comentaba. Porque la sonrisa es ese gesto en el que los labios dibujan una media luna, ¿cierto? Se reía, sí. Aunque quizás fuese porque mi respeto se estaba haciendo demasiado notorio -he pensado en autolesionarme, que bajeza, y lo he dicho en alto- y le ha parecido gracioso.

Luego, han tratado de tranquilizarme y han hablado de que vamos a disfrutar, que es de lo que trata la aventura y el homenaje a El Cojo, que no es cuestión de matarse y de que vamos todos juntos a convivir y gozar del paisaje y la experiencia. Ya, ya. Eso dicen todos los ciclisturistas. El paisaje. Claro. Me conozco de sobra ese cuento. Y como no me fío, he obrado en consecuencia. Me he arrimado a Bruno Gargiulo, el conductor del motorhome, con el que he entablado una gran amistad. Vamos, como si nos conociésemos de toda la vida. ¿Verdad Bruno? Mi hermano. Así que cuando no pueda más, antes de quedarme tirado en la cuneta, Bruno sacará la escoba y me recogerá. Ya les contaré.

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