dilluns, 24 de maig del 2010

Pan y queso en Le Celtix



Text: Alain Laiseka

LE VIGEANT. Le Celtix es un bar en el desierto de bosques, prados y colinas que sustituyen, más al norte, a los rectilíneos viñedos de Burdeos. Es un bar, pero podría ser una caverna, por oscuro, por añejo… Tiene solera Le Celtix. Vende desahogos que caben en vasos si la pena es liviana; en botellas si es abrupta. También tabaco, periódicos, revistas, películas de tono mayor y, por una puerta estrecha, se conecta con un supermercado donde las cosas, más que estar colocadas con algún orden, se apilan. En Le Celtix las paredes cuentan historias de fútbol. De cuando la Francia de Platiní fue campeona de Europa en 1984, de cuando el equipo galo se colgó el oro olímpico en Los Ángeles ese mismo año y, un guiño al ciclismo, de cuando Bernard Hinault se retiró siendo segundo en el Tour de 1986. “Bravo. Merci”, dice el cuadro en el que se ve al bretón escalar, de amarillo, un puerto.

Es el tributo de Le Celtix alTejón. Uno cierra los ojos en Le Celtix y se transporta. Entonces, Gonzalo, Dani yÓscar, no son ellos, los amigos que corren hacia París para homenajear a El Cojo cuando se cumple un siglo de su histórica participación en el Tour, sino ciclistas como él. Viejos. De aquella época. De cuando el avituallamiento se hacía en los bares.

Decuando los grandes campeones se paraban, se sentaban a la mesa a comer y los aficionados les miraban ojipláticos desde las ventanas la manera voraz en la que engullían antes de salir zingando a la historia.

ALGO DE COMER En Le Celtix reposamos cuando languidece el día.

Algo de beber, pan, queso… Bebo y como pero no degusto. Podría tragar alfalfa y petróleo. Ni siento ni padezco. Simplemente estoy. Es un estado de automatismo existencial. Una muerte en vida o algo así. Yo sé dónde me mataron. Fue a 75 kilómetros de Avaies Lumouzin, donde reposaba el hogar, el motorhome. En un repecho, uno de tantos que aguijonean mis pobres piernillas a diario.

Yo iba contando las líneas blancas de la carretera, que es lo poco que les puedo contar del paisaje de esta zona de Francia aparte de que, a veces, hayamapolas que se asoman al asfalto y bailan con el viento. El viento pegaba de cara, mi cuerpo rayaba el límite, los músculos se ensanchaban, el corazón se desconectaba ya, el pecho echaba humo… Y se me ocurrió levantar la vista para comprobar si el martirio, la maldita cuesta, tenía fin. Moría a lo lejos. Pero literalmente lo de morir, pues terminaba junto auncementerio.Buen lugar para desfallecer. Así que reventé.

Completamente. Se pasó el dolor, las asfixia, la sensación de que las venas van a explotar.Ahora sólo doy pedales. A rueda de Óscar y Dani.

En el Tour de 1924 Alavoine había llegado tercero a la meta de Niza, novena etapa, y yacía en medio de la calle, agotado, interrumpiendo el tráfico. Así que se le acercó un sargento de la policía y le dijo que se moviese, que venga, que rápido, que circulase. Alavoine apenas le miró, sacó un cuchillo de las alforjas de la bicicleta y se lo tendió: “¡Bien, abuelo, máteme ahora mismo!”. Había superado el límite del dolor. Le puedo llegar a comprender.

Amí los dolores semeapilan como las capas de una cebolla.Me han dolido las piernas, el culo, los brazos, las muñecas, el dedo gordo de la mano derecha donde me ha salido una ampolla, pero ahora todos esos están en silencio ahora porque las rodillas han tomado protagonismo estelar.

Mandan ellas. Y crujen como un demonio, como si hubiera un tipo dentro pegando martillazos. Pero es sólo cuando monto en bici. En Le Celtix no siento nada. Pienso en los ciclistas que entraban con sus pieles de polvo o barro y comían como desesperados. Y como queso y pan y bebo Coca-Cola. ¿Dónde está el bar? Ni idea, sólo sé que era un lugar al que se llegaba por una carretera estrecha que no tenía pintadas las rayas del arcén.

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